La vida nos pone a prueba de maneras que jamás imaginamos. Como venezolanos, hemos aprendido a resistir lo impensable. Cada día enfrentamos realidades que parecen sacadas de un guion dramático: incertidumbre política, dificultades económicas, familias divididas por la diáspora, migrantes que sufren en silencio la soledad, la injusticia y la xenofobia, simplemente por ser extranjeros, con una constante sensación de lucha por sobrevivir.
Y, sin embargo, aquí estamos. De pie. Con la frente en alto, una sonrisa que mostrar y ese carisma que siempre nos ha definido.
Pero la realidad es dura. Venezuela vive bajo un régimen que administra la violencia como herramienta de control, con un claro propósito de perpetuarse en el poder a costa de nuestro sufrimiento. Contamos con un presidente electo legítimamente, pero enfrentamos a quienes han destruido de forma sistemática y continuada las bases del país. Han empobrecido a nuestra gente, desmantelado nuestras instituciones y quebrado nuestra economía, dejando una nación que lucha cada día por mantenerse en pie.
La resiliencia no es solo una palabra bonita; es un acto de rebeldía diaria. Es el abuelito que sigue vendiendo café en la plaza, aunque cada vez le rinde menos lo que gana. Es la madre que encuentra formas ingeniosas de alimentar a sus hijos con lo poco que tiene. Es el joven que estudia a la luz de una vela. Ese es un héroe, porque hoy, lamentablemente, hemos perdido generaciones enteras sin interés por estudiar, un gran tesoro que ha perdido su valor. Es también el emigrante que, lejos de su tierra, busca maneras de apoyar a quienes se quedaron. Cada vez es más difícil que lo que mandamos alcance, porque producir cuesta tanto. Somos un país que, aunque golpeado, no se rinde.
Sin embargo, esa fortaleza no siempre es constante. A veces, incluso quienes nos consideramos fuertes caemos en la trampa de los pensamientos negativos, de las dudas y, en mi caso, del conocido «síndrome del impostor». Hace poco, me enfrenté a este monstruo mental con más fuerza de lo habitual. Estar lejos de tu país, en un lugar que ahora llamas hogar pero que siempre tendrá un aire de transitoriedad, puede jugar con tu mente.
Desde el 28 de diciembre, no he podido grabar contenido debido a una afonía. Para alguien como yo, que graba y publica contenido casi a diario, este tiempo de reposo se siente como una pausa incómoda. Los pensamientos negativos se acumulan: ¿y si todo empeora? ¿y si no soy tan bueno como creo? ¿y si todo este esfuerzo no tiene sentido? Es increíble cómo, incluso sabiendo que son solo pensamientos, pueden llegar a sentirse reales.
Recuerdo mis primeros días como emigrante en Colombia. Llegué con toda la actitud positiva del mundo, pero también con un destino incierto. Hubo muchas pruebas, muchas veces en las que el camino parecía más una subida empinada que una travesía estable. Esa experiencia me ayudó a valorar lo que tengo hoy en España, un lugar donde finalmente he encontrado estabilidad y he podido construir un nuevo capítulo en mi vida.
Pero últimamente extraño mi casa. Mi ciudad natal. Ese rincón de Venezuela que, aunque ahora parece tan distante, sigue siendo una parte inquebrantable de mí. Es un sentimiento extraño porque durante años no lo sentí. Quizás es la acumulación del tiempo, de las experiencias, de los kilómetros recorridos y los días lejos de mi padre, mis hermanos y mis abuelas. Salí en 2020, sin la posibilidad de regresar mientras la dictadura siga. No porque quiera, sino porque mi vida y libertad correrían grave peligro. Y aunque todos los días agradezco haber podido escapar de las garras de la infamia y estar con mi esposa e hijos, a veces la nostalgia me sorprende.
En estos momentos me aferro a algo que siempre comparto con quienes me escuchan: la importancia de tener metas personales. A pesar de la adversidad, de los días grises y de las dudas, siempre debemos buscar algo que nos motive a seguir. Invertir en nosotros mismos, capacitarnos, aprender algo nuevo, descubrir nuestra mejor versión. La actitud mental positiva no ocurre automáticamente; es un músculo que se trabaja a diario.
Si estás leyendo esto y te sientes atrapado en tus propios pensamientos, quiero invitarte a hacer una pausa. Reflexiona sobre tus metas, sobre lo que quieres lograr, sobre ese sueño que quizás has postergado. La resiliencia no se trata solo de resistir; se trata de avanzar, de construir, de creer en ti mismo incluso cuando todo a tu alrededor parece incierto.
Porque al final del día, no importa cuántas veces caigamos, siempre podemos levantarnos. Y esa, amigos, es nuestra mayor fortaleza.